jueves, 28 de mayo de 2009

Teoría de los Derechos de los Animales: el Derecho a la Vida por Rafael Yus






Por Rafael Yus Ramos.-Coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía
26/05/09. Opinión.




Las argumentaciones alrededor de los derechos de los animales han emergido con fuerza en los últimos años, en el entorno de una preocupación generalizada, y que se manifiesta en distintas formas según cada país y sus tradiciones. En España, la frontera del debate la marca, a mucha distancia de cualquier otro factor de influencia, el fenómeno único de las corridas de toros, que Rafael Yus describe como “todo un espectáculo de crueldad y sangre al estilo del circo romano, que alienta los sentimientos de violencia en unos espectadores ávidos de emociones fuertes”.




EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com publica en esta segunda colaboración de su autor en la sección El buen ciudadano, una reflexión amplia y bien documentada sobre la que está convencido que es la razón correcta para rechazar todo sufrimiento animal: el derecho a la vida.Una nueva perspectiva para la teoría de los derechos de los animales: el derecho a la vidala postura dominante de la filosofía moral ha sido siempre la de considerar que los entes racionales (con capacidad de razonar) son los únicos agentes morales, es decir, los que tienen capacidad de elaborar principios morales y elegir composturas respecto a ellos y en relación con otros agentes morales. Esta premisa de racionalidad excluye a los niños, disminuidos psíquicos y animales, a los cuales se les ha venido considerando como pacientes morales, es decir, receptores de la acción moral de los agentes morales. Según esto, los agentes morales (el hombre adulto) no tienen ningún deber moral con los animales, pues éstos no son agentes morales, admitiéndose tan sólo un deber moral en cuanto a las consecuencias de nuestra acción sobre ellos (por ejemplo, despertar sentimientos a otros agentes morales por el maltrato a los animales). Así pues, desde esta filosofía, los animales no tienen derechos y por tanto el hombre no tiene ningún deber hacia ellos.frente a esta postura, en los años ochenta surge una nueva concepción moral: la Ética de los Sujetos Conscientes, que conduce a la Teoría de los Derechos de los Animales. El punto de partida de esta teoría es que el bien moral intrínseco no consiste en ser ‘racional’ sino en ser ‘consciente’, es decir, tener capacidades tales como la percepción, la memoria, sentimientos de placer y de dolor, etc., y que, por tanto, puede preocuparse por su bienestar. Este principio sí es aplicable a los infantes, a los disminuidos psíquicos y a los animales superiores (al menos los mamíferos), pues todos ellos tienen consciencia. Desde esta nueva perspectiva, los humanos, como agentes morales, tenemos un deber moral con todo tipo de sujetos conscientes, sean agentes morales (personas) o simples pacientes morales (por ejemplo, animales). Cualquier sujeto consciente (sea racional o irracional) tiene por tanto derecho a no ser perjudicado por intereses no generalizables a todos los sujetos conscientes, como puede ser ciertas actividades lúdicas (por ejemplo, corridas de toros, caza, peleas, etc.). Tan sólo una inevitable situación de conflicto (por ejemplo, hambre, amenaza) puede ser resuelta a favor del individuo que menos pérdida suponga su sacrificio. En conclusión, según esta nueva teoría, los pacientes morales, que son sujetos conscientes, entre los cuales se encuentran los animales, tienen derechos, pero, al contrario de los agentes morales, no tienen ningún tipo de deber hacia los demás sujetos conscientes, ya que carecen de capacidad de raciocinio.




Los animales tienen derechos respecto de los agentes morales, pero no deberes hacia éstos, mientras que el hombre, como agente moral, sí tiene deberes hacia cualquier sujeto consciente, como son los animales: tiene que respetar sus derechos y atenderlos como pacientes morales, especialmente cuando adquieren responsabilidad de su cuidado. Por supuesto, los derechos de los animales se refieren a sus necesidades como tales animales. El hombre posee derechos (derecho a la libertad de expresión, derecho al voto, etc.) que no tienen sentido en los animales, pues son derechos que sólo pueden disfrutar los sujetos racionales. Pero otro tipo de derechos más primarios, como el de manutención, la integridad física, la libertad de movimiento, el del buen trato y el del bienestar en general, que comparten con el hombre, sí son derechos que han de ser respetados en los animales. Así pues, es preciso aceptar una práctica coherente en la que, aún tratando desigualmente a los animales en aquello que les diferencia de los seres humanos, les tratemos de la misma forma que a los humanos en lo que tienen de igual.las consecuencias de la Teoría de los Derechos de los Animales son más que evidentes para una cultura, como la nuestra, esencialmente antropocéntrica, que desde tiempos inmemoriales ha tenido una visión utilitarista del animal. Inicialmente aparecería la caza, por una supuesta necesidad de alimentación y vestido, seguida luego de la actividad ganadera, para continuar como objeto de sacrificios religiosos, como fuerza de trabajo (en ocasiones castrándolos o hibridándolos), como herramienta para la experimentación biomédica, como animal de compañía, como elemento lúdico, como objeto decorativo, etc. En todos estos casos aparece un utilitarismo antropocéntrico, violándose sistemáticamente los derechos de los animales. entre las ‘utilizaciones’ que se ha venido haciendo de los animales por parte del hombre, figura la función lúdica o de recreo. Esta es una función que se ha desempeñado desde tiempos inmemoriales, centrándose en la actividad que se obliga a hacer a un animal en solitario (piruetas y juegos de delfines, loros, cabra, etc.), o bien en compañía de otro animal (peleas de gallos, de perros, etc., carreras de galgos y de otros animales) o entre un animal y el hombre (corridas de toros). Muchas de estas actividades están fuertemente arraigadas en la tradición de algunos pueblos, hecho que dificulta su cuestionamiento. Otras están ligadas a sectores productivos detrás de los cuales hay puestos de trabajo e intereses económicos creados en torno a los mismos (corridas de toros, caza y pesca). Pero la sensibilidad actual hacia el sufrimiento animal está provocando un retroceso en este tipo de actividades, debido a lo cual ya van apareciendo leyes que prohíben o regulan la crueldad en algunas de ellas, como sucede con las peleas de gallos o de perros. Sin embargo, es paradójico que todavía no se haya arbitrado ninguna medida en torno a la corrida de toros, la mal llamada fiesta nacional, un escenario de crueldad hacia los animales muy cuestionada fuera y dentro de nuestro país, pero difícil de erradicar por los intereses que ha aglutinado en su alrededor a lo largo de siglos de tradición.




La sinrazón política de no cuestionar la fiesta nacional es inversamente proporcional al cuestionamiento creciente de la población española, como demuestran los últimos sondeos de Investiga (antes Gallup). Si se mantiene es por cobardía, por miedo a enfrentarse con el lobby taurino y hacerse impopular, no porque haya más de un 20% de la población española que sea protaurina. A los hechos me remito: Cristina Narbona fue la primera ministra en mostrar su rechazo y ya está retirada de circulación.el debate en torno a las corridas de toros es emblemático de la estupidez humana a la hora de defender lo indefendible y puede ser representativo de los debates en torno a otras actividades lúdicas con animales. Por ello, nos parece de interés resumir la discusión sobre los argumentos de su defensa.no hay crueldad. Es totalmente falso. La corrida de toros no se limita a matar al animal, sino que se hace pasar a éste por una larga tortura en la que hay crueldad y ensañamiento. Se empieza por la preparación del toro (para disminuir su bravura) a pesar de su prohibición (untar con vaselina los ojos, meterle estopas en las fosas nasales, darle golpes en los riñones con sacos terreros, afeitarle los cuernos, etc.). Luego, para que salga a la plaza se le clava la divisa; a continuación viene el capoteo (por cierto la parte más artística y menos lesiva para el animal, que estaríamos dispuestos a admitir como única forma de mantener las corridas). Luego viene el tercio de varas mediante el cual el picador trata de romper los músculos del cuello barrenándolos hasta 40 cm; luego viene el tercio de banderillas con los que se clavan arpones para desangrar al animal; finalmente llega el momento de matar mediante un largo sable y, dado que frecuentemente se hace mal, se termina matando al animal a base de puntillazos en la nuca. Todo un espectáculo de crueldad y sangre al estilo del circo romano, que alienta los sentimientos de violencia en unos espectadores ávidos de emociones fuertes.hay otras salvajadas. Es un argumento inconsistente pues equivale a aceptar el mal porque existen otros males. Una salvajada no se justifica porque existan otras salvajadas igualmente repudiables. Lo que es irracional es que la legislación andaluza prohíba las peleas de gallos o de perros y no las peleas entre hombres y toros. es tradicional. Curiosamente, defendido por algunos antropólogos posmodernos y políticos y artistas metidos a antropólogos amateurs, que quieren ver en la corrida de otros un rito de la tribu española, introduciendo así la idea relativista de que ‘lo que es cruel para una cultura no lo es para otra’, como si las tradiciones fueran inamovibles y no evolucionaran con la cultura. Recuérdese que en nuestra propia cultura, más del 85 % de la población está en contra de las corridas de toros.el toro no sufre. Se afirma que el sufrimiento es cosa de los humanos. Nada más lejos de la realidad, al menos en animales superiores, dotados de las estructuras nerviosas responsables del dolor. Sus reacciones ante la agresión no dejan lugar a dudas. Es verdad que no sabemos mucho sobre ‘sentimientos’ en otros animales, pero el dolor es un mecanismo biológico general para alertar al organismo sobre una amenaza o agresión.el toro disfruta. Es una vuelta de tornillo al argumento anterior pues se afirma que el toro vive como un rey en la dehesa. Suponiendo que sea así, esto no justifica que luego se le castigue con el sufrimiento. Esto recuerda al mimo que los romanos daban a los gladiadores.se protege a la especie. Es posible que sea cierto que las corridas han favorecido los cuidados para preservar la especie del toro ibérico (y la vaca, no lo olvidemos), pero esto no quiere decir que actualmente no se pueda mantener las dehesas y los toros como parques naturales, con una protección equivalente a la de otros animales.dan carne para comer. Es un argumento absurdo, pues es ridícula la alimentación que pueden dar seis toros al año en una ciudad. Además, hay alimentos alternativos y tampoco hay por qué matarlos con la crueldad que caracteriza a las corridas. Los mataderos disponen de sistemas menos crueles.dan prosperidad. Este es el típico chantaje economicista (parecido a otros debates, como el de los pescados inmaduros), como si se nos hubiese secado la fuente de imaginación para crear actividades recreativas para el turismo. También el narcotráfico, la prostitución, el secuestro, la corrupción urbanística, etc. dan dinero y no por ello los aplaudimos.es una honra para el toro. Es increíble, pero lo dicen a menudo. Se afirma que ‘el destino más grandioso del toro es morir en la plaza’ y que por tanto, ‘el toro que no llega a la plaza muere de tristeza’. Es un error infantil antropocentrista, por el que a un animal irracional se le atribuyen sentimientos y valores exclusivamente humanos. Cualquier animal se aferra a la vida y esto es ley para todos los seres vivos.así pues, la defensa del espectáculo con animales, del que la corrida de toros es paradigmática, no tiene la más mínima defensa desde cualquier punto de vista. Se puede admitir la necesidad de diversión de la gente, se puede admitir la necesidad de ofrecer actividades para el tiempo libre y el turismo, pero, por favor, que no sea a costa del sufrimiento de los animales.pero, hete aquí que hace poco se publicó un artículo titulado ‘Por qué el toro no sufre’, el cual creó un revuelo fenomenal. En este artículo el autor entrevistaba al profesor Juan Carlos Illera, del Departamento de Fisiología Animal de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Córdoba. Al parecer, sus estudios endocrinológicos concluían que el toro encuentra alivio en la tortura de la plaza, que sufre más por el estrés del traslado (algo que ya se sabía), pero que en la plaza, al contrario de lo que se cree, el toro ‘busca’ la tortura porque ello le hace producir betaendorfinas, unas hormonas que bloquean los mecanismos del dolor. Todo aparentemente muy científico y correcto, con sus gráficas y explicaciones.‘Ya está’, no importa que el asunto sea discutible incluso en el terreno de la ciencia. Los tauricidas, cazadores y especistas respiran con alivio. Se quitan un peso (moral) de encima, pues aunque no lo dijeran, vivían con esa morbosa contradicción de repudiar el sufrimiento y amar la visión de la sangre y el peligro. Y ante todo, ‘ya se pueden callar todos los antitaurinos, los ecologistas, los animalistas, los veganos, los...’ Ya no hay argumentos. Todos gritábamos ‘la fiesta nacional no es cultura, es tortura’. Si el animal encuentra placer, no hay tortura, se dirán ahora más que satisfechos los tauricidas. Le da la razón a los que decían que el toro encuentra placer muriendo en la plaza, y mitologías parecidas.de hecho, toda la tradición de los derechos de los animales se ha apoyado fuertemente en el argumento de la crueldad (del torturador) y el sufrimiento (del animal). La clásica y renombrada obra de Peter Singer, autor de Liberación Animal, se basa en la noción de sufrimiento, que atribuye únicamente a los ‘animales sintientes’. Esta condición reduce mucho el abanico de especies potencialmente sufridoras, los llamados vertebrados superiores (aves, mamíferos), pues ello implica un desarrollo del sistema nervioso que no está presente en los vertebrados más primitivos y aún menos en los invertebrados. Y no es que sea un mal argumento desde el punto de vista moral, pero sí es un argumento susceptible de ser discutido en el terreno de la ciencia: ¿hasta qué punto sabemos qué sienten los demás animales, sean sintientes o no? la radicalidad de estos planteamientos anti-especistas conducen a la filosofía vegana, que llega a negar la coartada de nuestra condición biológica omnívora, para reivindicar una dieta estrictamente vegetariana, no incluyendo ni tan siquiera los productos renovables y no cruentos de los animales como los huevos o la leche. Llegados a este punto planteamos una cuestión: ¿por qué es moralmente reprobable matar a los animales para nutrirnos y no a los vegetales? ¿No hay en esta posición un excesivo zoocentrismo, al reconocer únicamente el derecho a la vida a los animales superiores?si el asunto del sufrimiento y el dolor es discutible conforme bajamos en la escala zoológica, y de todos modos es inevitable que tengamos que matar (sea animal, vegetal o ambos a la vez) para poder nutrirnos (una ley biológica insoslayable), el argumento que nos queda y que nos une a todos los que reprochamos la muerte gratuita en cualquiera de sus manifestaciones es el derecho a la vida. Esto no quiere decir que el asunto del sufrimiento deje de tener sentido, al contrario, debemos tenerlo presente en el manejo de los animales y al respecto se van dictando normas para disminuir este problema (menos la intocable fiesta nacional, claro). Pero ¿acaso es moralmente admisible matar a un animal o vegetal por puro placer o diversión, simplemente porque ‘no sufre’? El derecho a la vida es más potente pues según ello, todo ser que esté dotado de ‘vida’ tiene derecho a ser respetado, al menos en su atributo más valioso: su propia vida. Es la postura que han venido transmitiendo determinadas creencias y culturas, como las de tipo hinduista o budista. Por supuesto, como en toda norma, tendrían que darse algunas excepciones bien fundamentadas, de tal suerte que tenemos que matar por necesidad de alimentación, de defensa o de mal menor, y aún en estos casos, la muerte no debe ir precedida de sufrimiento. Nótese que en esta norma queda excluida, pues de ningún modo se puede tolerar como necesidad básica, la muerte por simple diversión, como sucede con la caza o con las corridas de toros y otras manifestaciones culturales primitivas.creo que todos los que defendemos los derechos de los animales hemos caído en la trampa de sobrecargar nuestros principios morales con argumentos científicos y hemos descuidado nuestro principal argumento, que no es otro que el moral. La ciencia tiene sus procedimientos y lo que hoy puede ser un argumento a favor de nuestros principios morales, mañana pueden perder su peso. La investigación del profesor Illeras tampoco es definitiva, pero ahora mismo, a ojos de los amantes de la mal llamada fiesta nacional, resta valor a la tesis del sufrimiento animal; ¿es necesario que un animal sufra para que nos opongamos al espectáculo de la tortura y muerte por razones de cultura o diversión? Alguien podría contestar que el argumento moral es endeble, porque los valores son interiorizaciones personales. Pero esto sería un relativismo que no encaja con el valor universal de la vida. Un valor por el que nos tenemos que preguntar: ¿puedo moralmente admitir que se siegue o se torture una vida, sea animal o vegetal, de forma arbitraria, caprichosa o lúdica? Una reflexión de este tipo nos conduciría, por ejemplo, a rechazar el concepto mismo de ‘mascota’: ¿qué derecho tenemos de obligar a un animal a adaptarse (frecuentemente a base de premio y castigo) a las condiciones de hábitat y costumbres de nuestra especie, sólo para lograr un poco de compañía?también hemos caído inconscientemente en una trampa antropocéntrica al compadecer más al animal que siente que al que no siente, y por la misma línea argumental, al animal que al vegetal, lo que no deja de ser una versión sutil de especismo, aunque en su versión positiva: ‘como nosotros somos animales, nos compadecemos de los animales’, entendidos además en el sentido anglosajón: animales superiores, principalmente mascotas. La máxima expresión de este principio la exhiben los partidarios del Proyecto Gran Simio, ya que su principal argumento, aparte de su posible extinción, es que son seres muy parecidos al hombre: ¿quiere decir esto que los animales que no son parecidos al hombre no tienen los mismos derechos? Con ello no quiero decir que los defensores de los animales sean insensibles a barbaridades como la tala de árboles o la destrucción de un hormiguero, por poner un par de ejemplos atípicos. Me consta que estas personas también responden contrariadas a este tipo de acciones. Pero entonces, ¿por qué no incluir a todos los seres vivos (vegetales, animales no sintientes) como objeto de nuestra defensa, es decir como pacientes morales, en lugar de quedarnos en la versión reducida de los animales sintientes y los cuasi-humanos simios?por estos motivos, propongo humildemente que cambiemos la ética del movimiento de defensa de los derechos de los animales por la más amplia e inclusiva de la ‘defensa del derecho a la vida’ en todas sus manifestaciones, obviamente con todas las excepciones que ineludiblemente, por tratarse de necesidades básicas, impliquen el sacrificio de otro ser vivo, no de forma gratuita ni arbitraria. Una postura más radical, como la de negar estas excepciones, nos conduciría inevitablemente a la inanición y por tanto sería incompatible con nuestra propia vida. Dicho sea todo esto desde el más profundo y constructivo respeto hacia un movimiento tan humano como el de la defensa de los derechos de los animales.

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